El gobierno que preside Luis Abinader cumplió ayer sus primeros tres años, con sus luces y sombras, aspectos que, según el cristal, conducirían a sobredimensionar uno en desmedro del otro, por lo que en aras de la objetividad una mejor ponderación del trienio es hacerlo a partir de la figura del presidente de la República.
Así no es que necesariamente habría unanimidad de criterios, pero es punto común, entre amigos y adversarios, que a Abinader le han correspondido tiempos difíciles en los que ha vadeado en forma simultánea varios contratiempos: crisis económica, pandemia, crisis haitiana y la guerra en Ucrania.
Además de que ha sabido imprimir a su gestión un sello propio con un estilo de gobernar cercano a la gente, directo y llano. Incluso, no abundan a través de nuestra historia los presidentes que exponen en público su entorno familiar, uso de quienes dan importancia a lo que en esencia son.
Un hecho tan reciente como la tragedia en San Cristóbal y el cambio brusco de una agenda que le redituaría políticamente, lo retrata como gestor de crisis y persona que no baraja lo que entiende es su responsabilidad.
De lo que con más propiedad podemos hablar de Abinader es de su relación con los medios de comunicación, siempre dispuesto a todo tipo de preguntas, incluso las de tipo personal; transparente y sin secretismo.
En momentos en que muchos hombres con poder dejan en manos de asesores de imagen la gestión de determinadas cuestiones, el presidente prefiere encararlas de manera personal, en forma abierta y franca, al punto de que gusta de hablar en primera persona y que también es muy dado a empeñar su palabra.
No podemos pasar por alto el interés del mandatario en involucrar a los medios de comunicación hasta para que aporten a la solución de los problemas nacionales.
El comportamiento que en estos tres años ha exhibido el mandatario supera lo propiamente informativo, por lo que genera una buena impresión en sus interlocutores, acostumbrados a otros tipos de actitudes en los que llegan a manejar ese esquema de poder.
Estos tres años, vistos más allá del implícito respeto que se debe a la importancia de la prensa y de la libertad de expresión, muestran una vocación democrática que ojalá se extienda por el resto del camino.
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