Kabul, (EFE).- Más de cuatro décadas de guerra, una crisis económica y el suministro ilimitado de drogas baratas, en un país que satisface el 80 % de la demanda mundial de opio, empujan a miles de personas en Afganistán a una drogadicción que los talibanes tratan de paliar internando forzosamente a miles de adictos.
Pero con buena parte de los centros de rehabilitación cerrados, después de que los fundamentalistas se hiciesen con el poder en agosto de 2021 y se cerrase el grifo de la ayuda humanitaria internacional, esta campaña ha provocado hacinamientos que los talibanes tratan de paliar con la apertura de un nuevo centro esta semana de 5.000 camas.
El Ministerio Delegado de Antinarcóticos, dependiente del Ministerio del Interior del Gobierno interino de los talibanes, afirma que actualmente hay unos 3,5 millones de drogadictos en Afganistán.
Para dar respuesta a esta situación, los fundamentalistas han internado a la fuerza en centros de rehabilitación a 6.350 afganos en el marco de una campaña pensada para el largo plazo.
«Hasta ahora hemos recogido y admitido a 6.350 adictos en 32 provincias, en el marco de 18 rondas de esta campaña», dijo a EFE un portavoz de Antinarcóticos, Nasir Mengad.
Esta campaña, efectiva o no en un país que produce la mayor parte del opio del mundo a pesar de las declaraciones oficiales de que su cultivo está prohibido, ha supuesto una gran presión sobre los centros de rehabilitación que continúan abiertos.
El principal centro de Kabul cuenta con mil camas, pero el número de internos multiplica ahora por cuatro su capacidad ya que la mayor parte de los adictos forzados a buscar una cura por los talibanes fueron localizados en la capital afgana.
«La capacidad de nuestro hospital es para mil adictos, pero debido a esta campaña actualmente hay 4.000, lo que nos está dando muchos problemas», dijo a EFE un psicólogo del centro, Maiwand Hoshmand.
Faltan camas y espacio, por supuesto, pero también comida, ropa, medicina…
«Esto es una situación de emergencia y este es el principal centro para la rehabilitación de adictos, así que estamos tratando de hacer lo posible para rescatar a nuestros compatriotas», señaló Hoshmand.
El número de jóvenes que caen en la drogadicción ha ido en aumento en el último año en Afganistán, señaló Hoshmand, y las tasas de reincidencia son devastadoras.
«La falta de concienciación, el desempleo y la desatención de las familias empujan de nuevo a la adicción a las personas recién recuperadas», lamentó.
Los talibanes se están centrando en internar a personas sin hogar y que habitualmente han perdido el contacto con sus familias debido a la adicción, según la fuente, que añadió que el programa típico del centro dura unos 45 días, aunque si los pacientes sufren de problemas psicológicos su internamiento puede extenderse hasta tres meses.
La concentración de pacientes y los escasos recursos llevaron a los talibanes a inaugurar el pasado miércoles 5.000 camas en un nuevo centro.
Según la agencia estatal Bakhtar, el viceprimer ministro del Gobierno interino, Abdul Salam Hanafi, afirmó que tratar a los adictos es «la responsabilidad moral» de los fundamentalistas, a pesar de que históricamente la producción se concentraba en zonas controladas por el grupo antes de llegar al poder y achacó el alto número de drogodependientes al depuesto Gobierno.
VUELTA A LA VIDA
Farid, de 52 años, aseguró a EFE haber sido internado por los talibanes en este centro hace diez días.
«Los problemas y cavilaciones de la vida me empujaron a la adicción» durante los últimos diez años, relató, después de buscar un empleo en un Afganistán desgarrado por el conflicto.
«La mayoría de las adicciones surgen a causa del desempleo, si se creasen más trabajos no habría tantos adictos», juzgó.
Por su parte, Mohammad Azim se declara contento de haber sido internado en el centro a pesar de las duras condiciones.
«Sin duda, estoy contento, y agradezco que al menos aquí vivo como un humano, ya que la vida anterior (como drogadicto) era inhumana», dijo a EFE.
Igual de feliz que Azim, tras vivir durante años «entre el olvido, la desesperación y la muerte» bajo un puente de la capital conocido por albergar a cientos de personas como él, una zona que el Gobierno depuesto por los talibanes desalojó varias veces en las últimas dos décadas, solo para ver regresar a los adictos.
También el Gobierno de los fundamentalistas «limpió» el tristemente famoso puente, sin éxito.