En todas las culturas del mundo se considera la muerte como un paso a “otra vida” y se cree en un reencuentro en el “más allá” con los seres queridos.
En la cristiandad la celebración abarca dos fechas consecutivas, el 1 de noviembre es el Día de Todos los Santos, dedicado no solo a los que han sido canonizados por la Iglesia católica, sino también a los niños fallecidos, porque se considera que han muerto sin pecado, establecido bajo el papado de Gregorio IV en el siglo IX.
En cambio el Día de los Fieles Difuntos se celebra desde el año 998, cuando el monje benedictino San Odilón de Francia lo instituyó y posteriormente, en el siglo XVI, fue adoptado por Roma.
Precisamente la creencia en la vida eterna a la que tienen derecho los que merecen la recompensa del cielo tras haber pasado por el purgatorio, según la doctrina cristiana, sustenta ambas celebraciones.
En países como México el llamado “Día de los muertos” tiene un gran arraigo cultural porque combina tradiciones nativas con la fe cristiana, lo que promueve festejos con frutas y “pan de muerto” que es una masa dulce muy consumida en esta fecha.
En nuestro país, indistintamente el uno o el dos de noviembre, la gente acude a los cementerios, se rezan rosarios y oraciones diversas, se pide por el eterno descanso de sus almas y en las iglesias se celebran misas especiales con bendiciones variadas.
La conmemoración pone en marcha acciones que comienzan por las alcaldías y los gobiernos municipales, que se ocupan de limpiar y acondicionar las necrópolis, cobra vida el comercio de velas, velones y flores en puestos que se instalan desde temprano y los muertos “reviven”, al menos durante unas horas, en la memoria de sus deudos.
Que esta conmemoración se viva con recogimiento y reflexión, para que las enseñanzas de los que han partido guíen por el buen camino a cada hijo, a cada nieto, y que el recuerdo de sus buenos ejemplos cale en la memoria de todos.
fuente elcaribe.com














