Fue el 14 de diciembre de 1990 cuando la Asamblea General de las Naciones Unidas, por resolución 45/106, estableció el 1 de octubre como Día Internacional de las Personas de Edad.
La vejez o tercera edad es una etapa por la que indefectiblemente pasará toda persona como parte de su ciclo vital y puede ser un poco más extensa en la actualidad debido al aumento de la esperanza de vida.
Las previsiones indican que las personas de 65 años o más en el mundo pasarán de 761 millones en 2021 a 1,600 millones en 2050 y el número de gente de 80 años o más crece rápidamente, mientras que las mujeres, para 2050, vivirán cuatro o cinco años más que los hombres.
Ya algunos economistas están sugiriendo que la mayoría de las personas deberían prepararse para trabajar hasta los ochenta años antes de jubilarse, sin considerar que el derecho a una vejez en condiciones dignas es inherente a todo ser humano, y por lo tanto inalienable.
Sucede que envejecer es alcanzar una edad en que la experiencia de vida le permite a cada ser humano acumular conocimientos y “volverse lentamente sabio”, como escribió alguna vez un poeta.
Los ancianos son seres especiales, que ya han superado el tiempo de las urgencias y tienen necesidades concretas que la sociedad está en la obligación de atender, porque ya han aportado con su trabajo y con su preocupación por formar ciudadanos que contribuyen al progreso colectivo.
Lo que necesitan es paciencia, talvez la misma que se tiene con los niños, porque los abuelos enniñecen con los nietos y son la mejor compañía en la infancia, de ahí que el asilo debería ser siempre la última opción cuando se tiene un viejito en casa.
Los abuelos merecen respeto y buen trato, cuidados especiales y atención sanitaria adecuada y, cuando forman parte de una familia, deben ser considerados como fuente de sabiduría más que como una molestia, porque todavía tienen mucho que aportar a la coexistencia pacífica de las sociedades y a la formación de hombres y mujeres que lleguen a ser mejores seres humanos.
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